23.10.12

Los malditos: Alejandra Pizarnik (fragmento Bordelois)


[...] Las primeras semanas [en París] las pasó en casa de sus tíos, pero aguantó muy poco y alquiló una pequeña habitación frente a la iglesia de St. Sulpice. En ese barrio, en un pequeño restaurant, conoció a Ivonne Bordelois, que cuenta:

—Nos presentó mi tía. Alejandra se vino con todo, camionera, puteando. Se imaginaba que iba a encontrar a una niñita acartonada porque yo era de una familia francesa. Y a mí me causaba gracia porque había en ella un esfuerzo demasiado intenso, algo infantil, en tratar de chocarme. Pero cuando empezamos a hablar de literatura, entendí que ella sabía. Era menor que yo y sabía más que yo. Me di cuenta de que no debía dejarla pasar.

Ivonne empezó a alternar sus clases en La Sorbone con visitas al departamento de la rue de St. Sulpice.

—Alejandra destruyó su departamentito desde todo punto de vista, nunca limpió nada, era un caos de papeles, hacía frío. Era maravisollo escucharla hablar de poesía esas tardes y esas noches: decía cosas que yo no había escuchado antes, que ciertamente jamás había escuchado en la academia. Era agudísima en sus juicios. Tenía un humor increíble, negro, judío, delirante. Tampoco había conocido a nadie capaz de hacer lo que ella hacía con el castellano: la sonoridad que le encontró a la lengua es única. Yo creo que Alejandra es la Rimbaud del español: llevó el lenguaje a lugares donde nadie más llegó. Con una diferencia: fue más valiente que Rimbaud. Él abandonó la poesía, mientras que Alejandra luchó con el lenguaje hasta el final, puso el cuerpo. Era fascinante. Todos los que la conocían quedaban fascinados.

[...] Sus amigos recuerdan mucho más su humor que su desdicha.

—Yo lamento que haya trascendido con el halo trágico. Suicidarse se suicida mucha gente: ella era distinta, era una visionaria. Su humor tenía cantidad de matices y hacía cosas preciosas cuando conversaba —dice Ivonne Bordelois.

[...]

***
Texto: tomado del libro Los malditos de la editora Leila Guerriero, Ediciones Universidad Diego Portales. La biografía sobre Alejandra Pizarnik pertenece a Mariana Enríquez.
Imagen: tomada del documental Memoria iluminada del canal Encuentro e ilustrada con una frase de Ivonne Bordelois.

15.10.12

The understanding


Let us begin by saying thet Shadow had died. Did Shadow know that Shadow had died? Undoubtedly. Shadow and she were associates for years. Shadow was her only executrix, her only friend and the only one who dresses in mourning for Shadow. Shadow was not so terribly bereaved by the sad event and the day of the burial she celebrated it with a banquet.

Shadow didn't erase the name of Shadow. The firm was known under the trade name "Shadow and Shadow." Sometimes the new clients called Shadow Shadow; but Shadow answered to both names, as if she, Shadow, were in effect Shadow, who had died.



***
Texto: traducción del poema "El entendimiento". La traducción pertenece al libro Alejandra Pizarnik, a profile de Frank Graziano.
Imagen: fotografía "memento mori" tomada del blog Memento Mori, remember that you are mortal.

10.10.12

Esperando a Alejandra


Hay que armarse de temeridad y paciencia para valorar críticamente la obra o la vida de Alejandra Pizarnik (1936-1972). Temeridad: estamos ante una escritura obsesiva, en la que una serie de figuras y motivos recurrentes son sometidos a un intenso bombardeo, como una muestra de uranio bombardeada con neutrones lentos.

El resultado es uno de los experimentos de fisión poética más poderosos llevados a cabo en el siglo XX. Infancia idealizada y violada, inefabilidad del lenguaje, encarnación de la vida en el verbo, la sexualidad como pompa degradada del lenguaje, la muerte como acechanza y añoranza, la fantasía y sus trampas letales, la imaginación y sus promesas incumplidas.

Estas son algunas de las pepitas de material radioactivo que se desprenden del experimento Pizarnik. Perder de vista los elementos de partida o las violentas reacciones a que son llevados es exponerse a “contaminarse”, es decir, a prodigar glosas en cadena a su vez cuajadas de élans más o menos tanáticos o eróticos.

Una abrumadora mayoría de comentarios inspirados en esta obra lleva la huella de la fisión pizarnikiana. Como del cuerpo de algunos monstruos mitológicos, de este corpus crítico brotan varias cabezas, de las que dos sobresalen: la que afirma la naturaleza “maldita” de la vida y obra de la poeta, y la que proclama la radicalidad de una escritura que aspira a la casi mística transmutación de la vida en lenguaje. Todas apuntan hacia un mismo horizonte: la mitificación de Pizarnik.

Paciencia también es preciso tener para separar, en la madeja de la recepción de la obra, los hilos de la autenticidad de los alambres de la idealización. Con Pizarnik sucede –sigue sucediendo– lo que durante largo tiempo sucedió con Arthur Rimbaud, figuras ambas envueltas en la bruma metaforizante de la genialidad precoz y el suicidio real o figurado, y en las que ha encarnado el mito romántico de la eterna juventud maldita del poeta vidente.

Con la obra sucede otro tanto. Es cierto que la de Pizarnik no ha tenido (¿aún?) el honor de verse enriquecida con la edición de algún falso original, como sucedió con la de Rimbaud al publicarse La Chasse spirituelle.

Pero otras peripecias póstumas han marcado la obra de la poeta argentina y alentado una suerte de suspense cabalístico: todo ha sido publicado, pero... ¿y los Diarios? ¿Acaso no faltan los Diarios?

Pues bien, ha llegado el tan esperado y temido momento de su publicación. Esperado por quienes sufrían pensando en la irreparable mutilación para el sentido de la obra que suponía esta ausencia; temido por quienes se niegan a considerar la de Pizarnik como una obra más, forzosamente clausurada. Pero seamos optimistas: tras la publicación de los Diarios se abrirá sin duda otro compás de espera y temor, hasta que se editen los cuadernos de notas o la obra pictórica o la correspondencia completa... Al infinito.

No estará de más, para evitar los efectos de las radiaciones sobre las margaritas de la luna, poner un poco los pies en la tierra y recordar dos o tres cosas de la vida de Alejandra Pizarnik, nacida el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y hallada muerta de una sobredosis de Seconal, el 25 de septiembre de 1972, en su apartamento porteño de la calle Montevideo.

Flora Alejandra Pizarnik, fue la segunda hija de un matrimonio de judíos llegados a Argentina dos años antes del nacimiento de ella, originarios de Rovne, ciudad que fue polaca y hoy es ucraniana.

El apellido de su padre era Pozarnik, y si se transformó en Pizarnik al poner los pies en Argentina, en ello nada hay de extraordinario: los funcionarios de inmigración de este país registraban lo que buenamente entendían. Otro tanto sucedió con el nombre de la madre de Alejandra, que de llamarse Rejzla Bromiker pasó a llamarse Rosa.

Las dos familias, Pozarnik y Bromiker, con la excepción de un hermano del padre de Pizarnik, instalado en París y de una hermana de la madre también emigrada a Argentina, fueron exterminadas por los nazis.

Al llegar a Argentina, el padre y la madre de Pizarnik tenían 27 y 26 años, respectivamente, y no hablaban una palabra de castellano. Durante su infancia y la de su hermana Myriam, nacida veinte meses antes que ella, Alejandra oía a sus padres hablar yiddish en casa, y aunque algunos biógrafos afirman que ninguna de las dos hijas aprendió esta lengua, no cabe duda de que el “oído” de Alejandra se formó en buena medida al contacto con ella.

César Aira sostiene que los orígenes judíos influyeron poco o nada en Pizarnik. No pocas ni poco sustanciosas entradas del Diario (he contado hasta catorce, sólo en un periodo que va de 1955 a 1971), cargadas de ambigüedad como casi todo lo que de sí misma consignaba la poeta, deberían servir por lo menos para matizar este juicio. Sin mencionar la veta humorística y escatológica en la que no es descabellado ver la huella de una tradición oral muy característica de las formas populares de transmisión cultural del shtetl.

Con 19 años, cuando aún era Flora Alejandra, Pizarnik publicó su primer libro de poesía, La tierra más ajena (1955). Hacía un año que había iniciado estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Este libro lleva en epígrafe una cita de Rimbaud, que empieza: “¡Ah! El infinito egoísmo de la adolescencia...”. Asunto aparentemente anecdótico, en realidad fundamental: la adolescencia de Pizarnik, y no sólo cuando publica su primer libro, sino su eterna adolescencia, preservada por ella misma con sangre, sudor y lágrimas hasta el día de su muerte.

No tardó en abandonar los estudios universitarios, y durante un tiempo estudió pintura con Juan Batlle-Planas. Los dibujos y pinturas de Pizarnik son sorprendentes; algunos delatan su admiración por Paul Klee (Las aventuras perdidas, su tercer libro de poemas –de 1958–, lleva como ilustración un cuadro de Klee), su pintor favorito junto con el Bosco, en una de cuyas más conocidas obras se inspiró para La extracción de la piedra de locura.

En 1956 publicó su segundo poemario, La última inocencia, dedicado a León Ostrov, su psicoanalista y –cómo no– amor platónico durante años. En esta época Pizarnik inició una vida social y literaria muy intensa. De hecho, siempre tuvo una vida intensamente social (y sexual), con excepción del último año y medio de su vida, cuando se produce el tan esperado y temido derrumbe psíquico.

En estos primeros años de actividad literaria frecuentaba a los poetas Rubén Vela, Raúl Gustavo Aguirre y Clara Silva, y también inició su amistad con Olga Orozco, que habría de perdurar. Pizarnik, que ya era una lectora desordenada y voraz, constituye su panteón literario, dominado por Rimbaud, Trakl y Artaud, y visitado por Virginia Woolf, Katherine Mansfield y Marcel Proust.

También son años de fracasos amorosos, marcados por la desaparición de Jorge Gaitán Durán, por quien concibió una pasión que se prolongó más allá de la muerte del poeta colombiano.

La etapa creativa y vital más importante de Pizarnik coincide con su estancia en París, de 1960 a 1964. A pesar de auténticas penurias económicas y frecuentes brotes depresivos, trabajó para Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, fue miembro del comité de colaboradores extranjeros de Les Lettres Nouvelles, asistió a clases en la Sorbona y frecuentó a escritores franceses (Yves Bonnefoy, André Pieyre de Mandiargues, Henri Michaux) e hispanoamericanos, como Octavio Paz y Julio Cortázar. A éste y a Aurora Bernárdez la unió mucho más que una amistad literaria, casi una relación de proximidad familiar.

De este periodo son los extraordinarios poemas de Árbol de Diana (1962), publicado con prólogo de Paz, y el inicio de su colaboración en prestigiosas revistas literarias (Nouvelle Revue Française, Mito, Zona Franca, Papeles de Son Armadans). París fue su “patria secreta”, y en esta ciudad ingresaron en su panteón por la puerta grande Kafka, Kierkegaard, Lautréamont, Nerval, Reverdy, Cervantes. Y Dostoievsky, el escritor a quien más hondamente sintió próximo.

De vuelta a Buenos Aires publicó Los trabajos y las noches (1965), con el que obtuvo el Primer Premio Municipal y el Premio Fondo Nacional de las Artes. A contracorriente de la leyenda maldita de la poeta sumida en las ansias de la muerte y los tormentos de la soledad, la verdad es que, además de acceder a una intensa vida social, Pizarnik fue una poeta aplaudida, querida, aun idolatrada, que recibió el reconocimiento institucional al que muchos poetas argentinos de su generación aspiraban, y si bien es cierto que nunca vivió holgadamente, llegó a recibir sendas becas Guggenheim y Fulbright.

Ese año también es el de su único texto extenso en prosa, La condesa sangrienta, recogido en volumen en 1971. Extracción de la piedra de locura (1968) –con poemas escritos entre 1962 y 1966– y El infierno musical (1971) concluyen la obra publicada en vida.

En los dos últimos años exploró su vertiente más salaz, obscena y grotesca. Hasta enero de 1972, durante cinco meses estuvo internada en un psiquiátrico. Acabó viviendo plenamente de noche, bebiendo té e ingiriendo grandes dosis de psicotrópicos. Una de estas ingestas le fue fatal.

La publicación de los Diarios de Pizarnik, ¿qué agrega a la comprensión de su obra y del “personaje alejandrino”? Es difícil decirlo, ya que estamos ante una edición censurada.

El prolongado proyecto editorial que ahora llega a término ha estado en todo momento sometido a las condiciones impuestas por Myriam Pizarnik, derechohabiente de la obra de su hermana, notablemente la de que se hiciera una selección de fragmentos de contenido estrictamente literario en los que se evitaran las referencias a la vida privada de Pizarnik y de las personas mencionadas.

Ahora bien, ¿cómo segregar en un Diario lo personal y privado de lo público (o publicable) y literario? La selección de un corpus diarístico puede hacerse, claro está –un ejemplo célebre es A writer"s diary, la versión expurgada del Diario de Virginia Woolf editada por su marido en 1953–, pero a condición de explicar los criterios de selección con claridad meridiana.

El mismo Leonard Woolf incluía en su prólogo, junto con las razones para dar una primera versión censurada, una crítica razonada de este método de edición.

Transformar en criterios editoriales las prevenciones de terceras personas, impuestas bajo la amenaza de sanciones legales, es lo bastante grave. La afirmación de que los Diarios que ahora se publican no son un “relato de vida” sino un “diario literario”, aun una obra que posee el mismo valor que los poemas y prosas de Pizarnik, además de ser una racionalización de la señalada censura previa, es una tergiversación que la lectura de los textos seleccionados desmiente en más de un lugar.

Por sólo citar uno de ellos:

“Puede ser también, que, dada mi escasa facilidad de expresión oral, apele al papel para no atragantarme, para escupir el fuego de mis angustias. Por eso, quizá, amo tanto estos cuadernillos de quejas, cuyo valor es exclusivamente psicológico, pero nunca literario” (página 65).

¿Y qué necesidad hay de afirmar categóricamente que Pizarnik es “la primera escritora latinoamericana que escribe un diario concibiéndolo como parte de su proyecto de obra literaria”?

Aparte de que resultaría difícil citar ejemplos de escritores que escriban un diario divorciado de su “proyecto de obra literaria”, la afirmación no pasa de ser una petición de principio que se sostiene, únicamente, si reducimos su aplicación al género femenino. ¿O es que Julio Ramón Ribeyro no era escritor y además latinoamericano?

En otro plano, el del establecimiento del texto y el aparato de notas, la presente edición se rige por criterios de difícil comprensión. Así, se ofrecen en el texto las siglas onomásticas, pero rara vez se aclaran en nota. Esto hace que las escasas notas referenciales (Arturo Cuadrado, Olga Orozco, Cristina Campo, Alberto Manguel) parezcan meramente caprichosas. El lector se ve confrontado en no pocas entradas, sobre todo en los años 1969-1971, a una verdadera sopa de letras.

Es cuando menos una falta de consideración infligirle al lector no argentino y ajeno al microcosmos de las letras de este país tan cansino juego de adivinanzas. A. M. B. puede ser Ana María Barrenechea; E. P., Enrique Pezzoni; S. O., Silvina Ocampo; I. B., Ivonne Bordelois. Pero, como diría afrancesadamente Pizarnik, ¿“qui sait”? ¿Quiénes son J. y E. en Buenos Aires en 1958; T., Z., F., G. en París en 1961, y en 1963, Y., Q., M. L., A. D., M. J., A. P. de M. (seguramente André Pieyre de Mandiargues, pero ¿no se merece, tanto como Manguel o Campo, una humilde nota?)?

Lo mismo puede decirse de los lugares donde vivió o los trabajos que realizó en París para mantenerse, además de las menciones en el texto a obras de Pizarnik, todos ellos sin referenciar. ¿Qué cuesta, por ejemplo, decirle al lector (página 419) que Fragmentos para dominar el silencio es uno de los poemas de Extracción de la piedra de locura? Máxime tratándose de uno de los poemas capitales del último periodo, importancia que se refleja en que Pizarnik anote el día en que “cree” haberlo finalizado.

¿Que el lector puede leer esta selección de los Diarios y leerla con deleite (y también con una permanente sensación de “déjà lu”)? Sin duda. Quien conozca la obra de Pizarnik hallará en estas páginas muchas de las obsesiones y modismos de la escritora, desde su humor gnómico hasta espléndidos elogios de la lectura, con la sombra de la muerte y la soledad y el silencio y el valiente esfuerzo de la poeta por avanzar en el dominio de sus herramientas, aun a riesgo de poner en peligro su equilibrio psíquico.

Destaco el corrosivo humor paródico que la lleva, en una mezcla de autocompasión y autocrítica, a incluir en una larga anotación de julio de 1955 el siguiente “diagnóstico”: “De pronto me admiro de todo lo que hice. De mis papeles. Algún día van a estar en el museo (de algún Instituto Psiquiátrico). A su lado habrá un cartel: Poemas de una enferma de diecinueve años. Imposibilidad de razonar. Nunca meditó. Jamás reflexionó. Ninguna vez pensó. Parece ser que es sensible. Propensión a considerarse genial. Agresiva. Acomplejada. Viciosa. No muerde”.

No, Alejandra. A pesar de que tus Diarios hayan visto la luz respetando un riguroso protocolo digno de la mejor institución psiquiátrica, los originales están hoy depositados no en un hospital, sino en la biblioteca de una liberal universidad estadounidense. Cabe esperar que alguien menos respetuoso de los tabúes familiares y nacionales que tanto contribuyeron a enfermarte logre editarlos en su integralidad y con el debido respeto al lector.


***
Texto: artículo por Ana Nuño, publicado en La vanguardia en su edición del miércoles 31 de diciembre de 2003. Tomado del blog Alejandra Pizarnik: pública y secreta.
Imagen: fotografía del libro Poesía completa (editorial Lumen) hallada en Internet.

9.10.12

dice que no sabe del miedo de la muerte del amor...


20
                   a Laure Bataillon

dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe



***
Imagen: fotografía de Sylvia Plath tomada de Rai.
Texto: tomado del poemario Árbol de Diana. El poema está dedicado a Laure Bataillon, traductora francesa y amiga de Alejandra Pizarnik.

6.10.12

Al poeta nicaraguense Francisco Valle; exhortándolo a no escribir su correspondiente elegía a Alejandra Pizarnik

I
No es indispensable, poeta, que la escriba.

Su elegía.
No va a ayudarla a morir con eso.
No va a enterrarla más.
Si acaso a medio desenterrarla. Un pie
sólo entre terrones de humus en el Museo de Cera.

Deje que escriban otros su obituario.
Un redactor de la revista Gente dice:
"gozó de la amistad de Octavio Paz y Julio Cortázar".
Seguramente ellos –y otros
menos célebres pero considerables,
que también fueron sus amigos, escribirán.

Y los que no lo fueron ni cruzaron palabra con ella,
pero dirán, ahora que no puede desmentirlos: Ah, sí,
Alejandra, Sacha, siempre sin un real, "fauchee".
Cuantas veces nos encontramos se sentó a mi mesa
y le invité a tostadas y té verde.


II
Tendría que encontrar primero un buen epígrafe.
Luego, ¿qué género emplearía?
El coloquial: Cuando enlazados
bajo un solo abrigo, el tuyo, los pies helados,
volvíamos a la pensión desde la plaza de Saint
Germain a la rue de  l’Ambre… o: Subías hacia mi
ágilmente los peldaños del Metro, sin aliento,
porque se hacía tarde y nos perdíamos de ver
"L’ Age d’Or…"?


III
No vale la pena.
Como los intimistas malolientes, traperos
de poemas hediondos a ropa sucia, cuando hay
que revolverla toda hurgando
para buscar en un bolsillo algo extraviado?
Nunca.
Las sábanas de los suicidas están siempre limpias.
Se duchan antes del acto. Una ducha corta y enérgica.

Yo sé algo de ellos.
Seres que invocan el silencio y ruido reciben
en respuesta.
Y los más allegados, los primeros en hacer más ruido.
¿Qué podría decirnos de esta muchacha, apenas humana
para lo demasiado demasiado humana que ella quería ser?
¿Qué va usted a decirle a quien quiso entrar en el silencio?


IV
Poeta, he venido a exhortarle induciéndole
con palabras y ruegos a no escribir ninguna elegía
por su amiga Alejandra Pizarnik.
Le expuse mis razones.

Ahora, con su permiso, me retiro.

***

Imagen: foto de Alejandra Pizarnik. Tomada de Librería del Centro. 
Texto: poema de Carlos Martínez Rivas (1924- 1998).

3.10.12

Diario: Increíble cómo necesito de la gente para saberme yo...


28 de julio [1962]

Increíble cómo necesito de la gente para saberme yo.

Pero hay una manera de sentir el tiempo que odio con todas mis fuerzas porque en esos instantes u horas me odio a mí y a los demás y a todo. Después de una sesión de "tiempo odiado" apenas logro reponerme. Regreso como una enferma y tengo miedo de mi fragilidad como una enferma. Así hoy, después de cuatro horas en el Departamento de Policía donde estuve parada, esperando, con un ensayo sobre "arte revolucionario o arte imaginario", que leí como una esquimal, sin reconocer el sentido de las palabras. Luego tomé un taxi y cuando pasé por la plaza muy bella casi lloro porque sentí que también había entrado en el engranaje absurdo del trabajo y de los papeles y que me habían robado mi tiempo. Porque después de todo mi tiempo es mío y yo debiera ser dueña de gastarlo y malgastarlo según mis ganas. Quiero decir: me pasé la mañana buscando papeles justificativos para que me dejen robarme el tiempo en paz. La verdad: trabajar para vivir es más idiota que vivir. Me pregunto quién inventó la expresión "ganarse la vida" como sinónimo de "trabajar". En dónde está ese idiota.



***
Imagen: "Elementary school" de Alfred Eisenstaedt.
Texto: fragmento de la entrada del día 28 de julio de 1962, tomada de Diarios (Lumen).

2.10.12

Donde el mal no bebe


Cuando los niños secuestrados por el viento
adheridos a su cintura sembrada de melodías
estallan en vagidos amarillos
mi corazón quiere asesinar.

He viajado muchas vidas montada en el viento. 
Por eso canto sobre el ayer y el hoy
y mi voz tiene el hastío dulcísimo
de lo que aún no nació.

Recuerdo los sermones del viento
y sus lentos secretos robados a la bruja
-ella, la que ahora alimenta el fuego maldito
con mis cabellos-.
Recuerdo cuando el tren con alas se detuvo
y yo debí descender
y llorar en medio de multitudes.

Nostalgia del viento,
del candor, de la melodía.
Anhelo de volver
y de volver a ser.

No consuelos,
no cantos a los fantasmas,
no algodones rosados en las venas,
sino la lenta ternura lunar
y también el último beso
del viento.


***
Texto: poema publicado en revista Serpentina (Buenos Aires, 1957) y tomado del blog Alejandra Pizarnik: pública y secreta.
Imagen: Autorretrato en el albergue del caballo de Alba de Leonora Carrington.